jueves, 30 de junio de 2011

Literatura

Los gusanos se han comido el resto

Somos un cementerio que alberga la cripta del cadáver mugriento de una persona detestable. No de mis abuelos, no de los niños inocentes, no del Cristo mal crucificado. Un cadáver que se pudre de a poco y que alimenta gusanos hambrientos. Un cadáver al que se lo comen las señoras del mall, los programas de televisión, los estudiantes de derecho y de ingeniería comercial. Se lo devoran sus propios hijos, paridos sin dolor de entre sus piernas, enormes dueñas del mundo. También se lo devoran sus enemigos, aquellos que le apuntaban con la mira de la escopeta cuando paseaba en su auto, los que le escupían en la cara, los que lo pelaban cuando se iba de las fiestas. Y ahora, aquel cadáver que alguna vez respiró del mismo aire que nosotros, aquellos que nos hemos mantenido vivos, vomita sus entrañas. Y vomita toda la mierda que se tragó y que creó, que quedó en su cuerpo mutilado pero no extinto. Nunca extinto.

En un acto patético de autoflagelación, algunos derramaron sus lágrimas sobre ese cuerpo insensible. Pusieron sobre él tierra húmeda y fértil de donde crece un pasto. Luego clavan los remolinos de colores, las florcitas que dejan las señoras, los libros y peluches. Hacen que se vea todo lindo y perfecto. Incluso, uno casi se pone contento de que nuestro –de pronto querido- cadáver descanse en un lugar tan bonito, tan bien cuidado y acogedor, en donde siempre hay algún recuerdito y olor a llanto otoñal. Casi nos olvidamos que debajo de todo eso, se muere un cuerpo maligno e infecto que se pudre como un basural, como un cáncer sin remedios. Un cáncer que lo pudre todo: primero la madera del ataúd, luego la tierra y el pasto. Luego a los remolinos y al viento que lo sopla. Y al final venimos nosotros: los espectadores del derrumbamiento del cuarto reich. Ya sacamos turno y estamos haciendo la cola, siempre las colas, las filas y la espera. Se pudre todo. Todo rápido, bajo esa apariencia de parque inglés sub desarrollado, de animal inconsciente del nuevo siglo. Y ya no nos sirven los discursos esperanzadores para salvar nuestro pellejo, porque ya estamos con los intestinos llenos de larvas, y por los orificios nasales se escapan los gusanos que se lo comieron todo y se burlan de nosotros. Ya no hay chapulines, ya no hay planes Marshall, ya no hay virgen que nos proteja. Nos espera la muerte y un cielo de mártires insatisfechos. Ya casi no vale la búsqueda de espacios que sobrevivan a esta podredumbre bien adornada y con bonito nombre. ¿Dónde está la piedra más alta? Queremos subirnos en ella para salvarnos de la inundación de vómito. Para que no se manchen nuestros zapatos, nuestra piel, nuestro pellejo, que es lo único que nos va quedando y que sigue siendo nuestro, el pellejo.

Los gusanos se han comido el resto.

Se comieron los espacios públicos.

Se comieron las salas de clase.

Se comieron los panes del desayuno y a la tía de los completos.

Se comieron a los profesores.

Se comieron la constitución y a Jaime Guzmán.

Se comieron al Partido comunista.

Se comieron la conciencia de la gente y dejaron sus cuerpos carcomidos e insípidos viviendo en este mundo de escaleras mecánicas y de colegios particulares pagados.